domingo, 13 de octubre de 2013

Colombia, con honor alcanzó la gloria en Barranquilla



Fue un partido memorable, con un primer tiempo fatal, y un segundo con mucho coraje.


Teófilo Gutiérrez



La Selección logró empatar 3-3 un partido que perdía 0-3 frente a Chile y así consiguió la clasificación a la Copa del mundo después de tres ausencias.
Fue una gesta. Un partido inverosímil, salido de las fábulas del fútbol y que deberá permanecer en la historia, en la memoria, porque tiene testigos eternos: 40 millones de colombianos exultantes que de seguro no olvidarán la actuación de la Selección Colombia, que, después de ir perdiendo 0-3 contra Chile, se repuso, luchó, escondió sus errores y se llenó de ahínco, de coraje, para empatar 3-3 y sellar, de una vez por todas, sin más espera, la clasificación al Mundial de Fútbol, a Brasil-2014.



El pitazo final, luego de 90 minutos infartantes –45 de sufrimiento y 45 de alegría–, despertó un grito descomunal en el Metropolitano. No se ganó, se empató, pero eso era suficiente. Los hinchas elevaron un grito infinito. Hubo pólvora, hubo abrazos, hubo lágrimas. Las miradas se concentraron en esos guerreros armados de valor, que defendieron con el corazón esa camiseta amarilla, la que sudaron, la que luego se despojaron, la que ondearon, la que lanzaron al aire.
Parado en la raya técnica, como incrédulo con el resultado de ese partido increíble, estaba Pékerman, el comandante de la Selección, quien prometió la clasificación al Mundial. Cumplió su promesa. Con los brazos abiertos y una sonrisa infinita, entró a la cancha y se unió al festejo, como descargando la presión de un partido inefable.


Y es que fue un juego extraño para Colombia desde el comienzo. Ni siquiera hacía el calor infernal que se esperaba, tampoco hubo lluvia como frente a Ecuador; más bien un aire fresco, benévolo con los chilenos, quienes corrieron desde el primer instante y al final de los 45 minutos ganaban 0-3, con superioridad, con una capacidad física y técnica desconcertante para Colombia.
Arturo Vidal, de penalti, y Alexis Sánchez, en dos descuidos de la zaga colombiana, anotaron los goles, que fueron como dagas para una Selección Colombia irreconocible, paralizada.
Fue entonces cuando la afición elevó un grito insistente, que no era una imposición, no era una plegaria; era un convencimiento. “Sí-se-puede; sí-se-puede” bramaron los convencidos aficionados colombianos y despidieron a sus jugadores con aplausos. Ellos, con la frente en alto, pero algo presurosos, se marcharon al camerino, que de seguro a esa altura era un refugio deseado.



Para la segunda parte, el Metropolitano no paró su algarabía, su optimismo. No se presentía una gesta, pero sí una presentación más decorosa para que no se empañara la inevitable clasificación al Mundial, que a esa altura era un hecho (por el triunfo de Ecuador).
Pékerman movió sus fichas. El público lo reconoció y recibió con aplausos a Macnely y a Guarín, que reemplazaron a Aguilar y Medina, de discreto partido. Colombia replanteaba y se aferraba a una actuación milagrosa. Tenía 45 minutos.
Las variantes surtieron un inmediato efecto, quizá porque ya nada podía ser peor. Colombia empezó a recuperar la confianza, a rescatar la pelota que le fue usurpada en el primer tiempo. James y Macnelly comenzaron a surtir de pases a Falcao y a ‘Teo’, y estos por fin metieron miedo a un Chile exhausto. Fue cuando Colombia empezó a recibir una cadena de empujones anímicos inesperados: la expulsión del chileno Carmona, el gol de Teófilo, los dos penaltis sobre James, y los dos convertidos por el infalible Falcao.

Llegó el increíble empate, el que parecía imposible, el que se necesitaba para regresar a la Copa del Mundo con autoridad, sin depender de nadie. Un 3-3 memorable que dejó insatisfechos a los corajudos chilenos y eufóricos a los colombianos.

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